Como seres humanos tenemos un mismo ciclo de nacer - crecer - reproducirse y morir, pero a la vez somos distintos. Eso es lo que nos identifica a cada uno.
Es por lo anterior que nuestra identidad,
lo que somos, nos lleva a elegir, a decidir y a defender una causa que creemos
justa o valiosa, moral y socialmente. Los valores nos hacen elegir
entre personas, etnias o grupos necesitados de defensa, nos hacen luchar contra ideologías
juzgadas dignas de rechazo (ultraderecha, nacionalismos fanáticos, fundamentalismos
religiosos, mafias de cualquier tipo, dominio y opresión de decir), nos hacen
tener identidad. En consecuencia, la identidad que
se va conformando gracias a nuestro proyecto de vida, tiene la fuerza
integradora para hacer que nuestra subjetividad no esté errante, cambiando
continuamente de unas ideas y deseos a otros.
De aquí se reduce que la parte
moral, es la dimensión de nuestra persona que la puede constituir en una auténtica
identidad feliz, la dimensión más fuerte del “sí-mismo” que determina nuestro
proyecto final de satisfacción propia. Esta parte integradora de la identidad está
constituida por la estima de sí junto a la solicitud por el otro, indisociable
de la primera.
“Nosotros nos encargamos de
enmarcar nuestro destino, y en lo personal pienso que nuestra verdadera
identidad la encontramos al tener un encuentro con Dios, ya que Él es el amor en
sí mismo, y solo Él nos puede dar la capacidad para amarnos nosotros mismos, a
nuestro prójimo y un verdadero sentido de identidad (somos hijos de Dios)”.