Detente un momento y
observa lo que pasa a tu alrededor. ¿Qué ves?...
Cuando dedicas un poco
de tu tiempo a analizar el comportamiento actual de la sociedad, identificas
que en cuestión de unos pocos años se han presentado tantos cambios que no
puedes, incluso, imaginar la magnitud de estos. Las costumbres de las personas
han dado un giro de 360° que, en su mayoría, parece haber acabado con el
sentido humano de cada ser, es decir, con la capacidad de interactuar de forma
sana, de respetar y de convivir con el prójimo de forma que exista un sentido
de unión y no de exclusión total.
Los valores que
llevaron a crear grandes civilizaciones son ya como un sueño que se ha quedado
en la oscuridad de la mente humana, una ráfaga de viento que se ha desvanecido
y en su lugar ha dejado un vacío que se intenta llenar con una forma errada de
percepción, en la cual solo debes pensar en tu bienestar sin importar por
encima de quien debas caminar. ¿En qué momento el ser humano se volvió tan
egoísta e ignorante? Los pensamientos que rigen esta sociedad se han encargado
de aplastar la moral de las personas, los problemas ajenos ya nos son
indiferentes, el que ayuda solo lo hace para ser reconocido y el que triunfa, a
costa de los que lo rodean, solo busca degradar al otro y corromper lo poco que
aún es bueno.
Deberíamos ser
capaces de revisar nuestro pasado y no cerrarnos a la posibilidad de retornar a
esas viejas costumbres que tanto bien le han hecho al mundo entero, de pensar
en el otro con sinceridad, de dirigir con igualdad y justicia, de apoyar a los
que sufren día a día y contribuir a cambiar la maldad que el hombre ha
desarrollado y que tanto daño le hace, no solo a una, ni a dos, sino a millones
de personas que solo quieren tranquilidad, que solo quieren paz. Así como lo
dice la palabra:
Estamos en este lugar por algo, con Dios no hay casualidades, cambiemos el mundo para mejorarlo con el sentido ético y de amor que tenemos.
“Tal vez, entonces, cuando estos niños y niñas lleguen al momento de dirigir su país, lo hagan con actitud amable, con responsabilidad, con modestia, con generosidad y con el sentido solidario que tanto echamos de menos en algunos de nuestros soberbios dirigentes” (Francisco Cajiao, El Tiempo, 10 de febrero de 2004).